Santa Catalina, al igual que el resto de la Muralla de la Marina, se caracterizó por un largo proceso constructivo en el que los daños por los temporales y las reedificaciones fueron una constante. Planteado en el proyecto de Bautista […]
Santa Catalina, al igual que el resto de la Muralla de la Marina, se caracterizó por un largo proceso constructivo en el que los daños por los temporales y las reedificaciones fueron una constante. Planteado en el proyecto de Bautista Antonelli, fue finalmente construido por Cristóbal de Roda hacia 1625, quien modificó la traza inicial al avanzar los baluartes de Santa Catalina y San Lucas en dirección a la Boquilla para ganar unos terrenos fértiles y con numerosos jagüeyes.
Las ideas italianas de abaluartamiento algo obsoletas aplicadas por Roda, no fueron del agrado del gobernador y también ingeniero Francisco de Murga que prefería las nuevas tesis originarias de Flandes. Murga dirigirá la construcción entre 1631 hasta su finalización en 1638, extendiendo la fortificación con fosos y revellines. El Santa Catalina, de irregular planta, contaba con un amplio adarve, rampa de acceso, tendal, garitas, aljibes y un cordón magistral.
El mar, y especialmente, las voladuras realizadas por el barón De Pointis en 1697 hicieron necesaria su reconstrucción en el siglo XVIII. Juan de Herrera y Sotomayor en 1719 elimina las plazas bajas, repara los aljibes y reubica la puerta existente, trasladándola a su emplazamiento actual junto al San Lucas. Además, inicia la construcción del espolón para proteger al baluarte de los embates del mar; obra que perfeccionará Antonio de Arévalo a finales de siglo. Este ingeniero brigadier complementa la defensa de la avenida de la Cruz Grande añadiendo al Santa Catalina el revellín del Cabrero, con foso húmedo y camino cubierto, que actualmente no se conserva al haber sido demolido a finales del siglo XIX.